En su Ciudades Invisibles (1972), Italo Calvino cuenta la historia de la fundación de la ciudad de Zobeida. Ésta empieza con varios hombres de distintas naciones que tuvieron a la vez el mismo sueño. En él, perseguían a una mujer desnuda y de larga melena por una ciudad desconocida, pero ninguno de ellos conseguía alcanzarla ni verle el rostro. Así que cuando despertaron, cada uno por su cuenta, decidieron salir al encuentro de esta ciudad desconocida esperando poder reunirse con la misteriosa mujer de su sueño compartido. Sin embargo, no encontraron tal ciudad, pero se encontraron unos a otros. Y decidieron construir ellos mismos la ciudad de Zobeida – nombre de mujer – esperando que una noche su sueño se hiciese realidad.
Recordando la persecución soñada por cada uno y con el objetivo de que la mujer no pudiera escapar, edificaron una ciudad imposible en la que las calles se plegaban sobre si mismas, formando así una especie de madeja urbana. Cada pared, cada escalera de la ciudad estaba pensada para hacerla cautiva. Otros que habían tenido aquel mismo sueño llegaban a Zobeida esperando encontrarla, y rehacían las calles para que se pareciera a su propio sueño, aguardando el momento de la anhelada aparición. Los hombres esperaron y esperaron, pero ningún de ellos, despierto o dormido, consiguió ver jamás a aquella mujer. Los viejos fundadores de la ciudad, que ya habían olvidado su sueño, se preguntaban cómo tantos hombres acudían a la fea ciudad de Zobeida, que era una trampa.
Probablemente muchos de los lectores se sentirán identificados con Zobeida y sus fundadores. Es un cuento donde los hombres son protagonistas y sujetos de la historia – como casi siempre -, y cuenta algo que todo el mundo comprende: conseguir a la chica. La única mujer mencionada en el cuento de Clavino, en cambio, no existe, y nosotras sólo podemos identificarnos con ese espectro al que todos quieren apresar, que corretea desnudo por las calles de una ciudad imaginaria intentando escapar.
Teresa de Laurentis toma esta historia de Calvino en su libro Alicia ya no. Feminismo, Semiótica y Cine (1984) como metáfora de la conversión de la mujer en texto – literario, cinematográfico o pictórico -. Zobeida son todas esas obras que sin cesar buscan capturar un feminidad que no existe para hacerla cautiva. Poetas, pintores, literatos y artistas de toda nuestra historia han diseñado estas calles y escaleras para atrapar a una mujer de ensueño. Y si bien esta mujer es motor y objetivo de todo ello, está casi siempre ausente.
Mientras, las mujeres que sí estamos, las mujeres reales, vivimos a la sombra de esta mujer imaginada por toda la cultura occidental, en la que la mujer desnuda suele ser representación de la verdad y otros elevados valores; pero nunca puede ser ella misma, de carne y hueso. Eso sería reconocerla como sujeto protagonista de su historia. De ahí todos los intentos de encumbrarla y mitificarla, por un lado; y de silenciarla y negarla, por el otro. Todo forma parte de lo mismo. Zobeida está en todas partes, y no es fácil para nosotras escapar de sus enredadas calles imposibles.
Y sin embargo, llevamos siglos haciéndolo. Precisamente el texto, el texto escrito, las palabras, han sido una fiel vía de escape. En los albores del s. XV, Chiristine de Pizán, la primera mujer en poder ser escritora profesional, edificó otra ciudad, La Ciudad de las Damas (1405) a base de palabras escritas. En esta ciudad imaginada por Pizán las mujeres podían ser libres, instruidas y cultivar sus talentos. Seis siglos más tarde, al ver el efecto devastador que el patriarcado había tenido sobre las poetas, las escritoras, las novelistas y sus obras, Virginia Woolf todavía pediría una habitación propia para las mujeres, para el “sexo pobre”, en referencia directa al sistema de desigualdad económica estructural entre hombres y mujeres.
A día de hoy las mujeres seguimos creando y trabajando. Y el sistema – económico, simbólico – sigue creando sus nuevos muros para hacernos cautivas. Maridos siguen asesinando a sus parejas o ex parejas, como si fuera el recurso final para hacer definitivo el cautiverio. Y a pesar de las cifras, no parece que los gobiernos sepan la forma de pararlo. Mientras, la situación general de las mujeres se ve especialmente perjudicada en el contexto de la crisis capitalista sistémica, gestionada por esos mismo gobiernos. Una vez más, como bien supieron muchas feministas, nos quedan las palabras para buscar colectivamente formas de enfrentar una dura realidad socio-económica, tanto para las mujeres como para la clase trabajadora.