Hika Thoreau | Por mucho que se empeñen los medios de comunicación y, últimamente, incluso el partido republicano, Donald Trump ya ha ganado. Quizá no gane las elecciones, pero la veta que ha dejado en la política norteamericana durará por muchos años le pese a quien le pese.
No es que políticamente Trump sea muy diferente a sus rivales. Ni Hilary Clinton, ni Barack Obama, ni mucho menos la saga Bush han variado de forma importante la política de estado del país. Obama no trajo la socialdemocracia que anunciaba (ni parecido) y Hilary Clinton ha participado en las etapas mas oscuras de la política externa con una dureza similar a la que Condoleza Rice y su equipo realizaron en los tiempos de George W. Bush. Tampoco es cierto que las minorías raciales estén mejor tras las dos legislaturas del premio nobel, fundamentalmente porque, mas allá del fallido “Obama Care”, las políticas económicas de los demócratas son continuistas a las de los republicanos.
Lo que le hace a Trump diferente es que no teme exponer abiertamente su visión política. No precisa de la purpurina del “Yes we can” ni la eterna corrección política de los Clinton. Es abiertamente racista y clasista, cree que la finalidad de todo individuo es acumular capital para escalar en esa pirámide donde quien no está en la cúspide no es pobre, es un loser (perdedor). Es exactamente igual que los presidentes predecesores. ¿Qué mas quiere una sociedad harta del postureo político que abierta sinceridad y discurso claro? ¿Qué mas quiere una sociedad educada en la competitividad económica y social extrema que seguir a un triunfador? El problema para el statu quo es que, como dijo un gran pensador, la verdad es revolucionaria.
¿Soportará el ciudadano medio una bofetada de realidad sobre lo que significa realmente el “sueño americano”? ¿Cuánto aguantará el ciudadano corriente al conocer qué hace su país fuera de sus fronteras para mantenerse como primera potencia mundial? No hay nada peor para los amos que mostrar de forma permanente las cadenas a los esclavos, sería como quitarle la zanahoria a ese burro condenado a cargar y caminar: antes o después luchará contra el palo.
Sin embargo, esto no significa que la llegada de Trump vaya a suponer importantes cambios sociales libertadores, mas bien al contrario. Con una izquierda que no sabe por donde le da el viento y unos sindicatos cada vez mas incapaces, la organización de la gente desde abajo se antoja muy complicada. Lo mas probable es que acabe estructurándose en corrientes donde el penúltimo intente adelantar al anteúltimo olvidándose de que la carrera no va con sus intereses. Es decir, en un populismo liberal muy peligroso, como ya ocurriera a comienzos del siglo XX.
Con esto no estoy diciendo que el nazismo resurja con poder y mucho menos en EE.UU. El fascismo como tal surgió en aquellos lugares donde una oposición organizada obrera ponía en peligro esta “nueva corriente” que interesaba a las cúpulas de poder. En los lugares donde eso no se produjo, como Inglaterra, los dirigentes hacían políticas similares a los nazis sin necesitar el ejercicio de la violencia directa y visible de forma continuada. Es decir, sin el folclore, la estética y la exaltación sentimental alienante propia del fascismo. Es por ello que la amenaza fascistoide no es real a día de hoy, pero su el ultranacionalismo estructurado en la cultura, los partidos políticos y el estado ha llegado para quedarse. Se quedará porque no tiene oposición.
Este escenario yermo de respuesta donde la incomparecencia de la izquierda permite el auge sin freno de este tipo de partidos, esta cambiando el turnismo neoliberal hasta ahora dominante. Así pues en Europa tenemos al UKIP en inglés, Fuerza Nueva en Italia, el Frente Nacional francés, Amanecer Dorado en Grecia, los Verdaderos Finlandeses, Alternativa para Alemania, Demócratas de Suecia, Partido Popular Danés, el Jobbik en Hungría, HCSP en Croacia, el Partido de la Libertad holandés, el partido Liberal en Austria, Unión Democrática de Centro en Suiza, el Partido del Progreso en Noruega, el Frente Nacional eslovaco o Ataka en Bulgaria por mencionar únicamente a los partidos con fuerza electoral considerable.
Obviamente este escenario no es extrapolable a los Estados Unidos, pero existen rasgos comunes a la hora de movilizar el voto. Tanto Trump como todos los populismos de ultraderecha (y algunos de izquierda moderada), apelan a un profundo sentimiento patriótico donde identifican las necesidades de las oligarquías nacionales con las necesidades de ese ente intangible llamado patria. Apelan a una desconfianza del otro, habitualmente identificado en el extranjero emigrante pobre, pero perfectamente asimilable a un “otro” menos concreto como otra religión, otra cultura u otro idioma. Ensalzan también la idea del triunfador individual como aspiración fundamental de cualquier persona de bien, al mismo tiempo que prometen seguridad para los “nuestros” que no han logrado ascender en esa pirámide. Y, por supuesto, se anclan fuertemente con la parte sentimental de las masas, sobre todo con los sentimientos de frustración y fracaso fruto del despego político y desesperanza económica. Se podría decir que abogan por menos raciocinio y mas visceralidad al estilo “¡muera la inteligencia!” como hiciera la Falange Española en los años treinta.
Con todo, Donald Trump (y todos los políticos que siguen su misma estrategia), sin llegar a ser extrema derecha, están marcando un camino que fácilmente puede ser recorrido por extremismos bien conocidos en la vieja Europa. Sin duda es el camino mas sencillo en un momento donde la falta de proyecto intelectual es mas que patente. Con una derecha liberal cuya única solución es una huida hacia delante a mas velocidad (y mas destrucción) y una izquierda incapaz de plantear ideas que resuelvan realmente los grandes retos a los que nos enfrentamos, la visceralidad, aun sin que resuelva nada en realidad, se antoja lo poco capaz de calmar e ilusionar a una masa social huérfana. Ilusión que pretende cosechar un nuevo partido que ya se ha anunciado y que nace del popular foro de internet “Forocoches”.
Es probable que nadie se tome en serio este partido que pretende presentarse a las próximas europeas, pero va camino de abrir esa senda triunfadora donde demagogia, discurso y realidad se entremezclan de forma sugerente. No es que estemos ante una amenaza Falangista, por suerte aun tenemos a los populares agrupando a la extrema derecha, pero este surco institucional se ahondará mas y mas cuanto menos fuerte sea una izquierda incapaz de salirse de lo políticamente correcto. Sin un discurso organizado, sólido y capaz sobre migración, empleo, vivienda, territorialidad y propiedad que plantee un horizonte alternativo pero posible, la visceralidad forocochera amenaza con retratar la esencia de la españolidad igual que Trump está retratando el sueño americano. Toda la política que no hagamos, vendrán otros a hacérnosla.